“La realidad es meramente una ilusión, aunque una muy persistente”

El aforismo, atribuido al inmortal Albert Einstein, sirve como un umbral evocador al laberinto de la percepción humana y el decodificador del mundo moderno: el marketing.

Se cuenta que una fábrica de zapatos, buscando expandirse, envió a dos exploradores de mercado a territorio africano.

Muestra el relato una dicotomía sustancial; uno de los exploradores describió el entorno como desolador, con sus habitantes descalzos, mientras que el otro divisó un vasto escenario de posibilidades comerciales debido exactamente a la misma razón.

Esta divergencia encuentra sus raíces en la naturaleza esencial de cómo los humanos comprendemos nuestro lugar en el cosmos: nuestra realidad no es sino una narrativa, una historia que contamos y nos contamos.

La interpretación de nuestras almas a este drama circundante comienza con la recopilación de información sensorial y termina con el cerebro creando una simulación elaborada de dichas sensaciones. Vemos un mundo preconcebido, encuadrado a través de relatos existentes.

El experimento de 1953 sobre la visión en las ranas pone en rotunda evidencia esta selectividad de nuestra percepción. Las ranas solo perciben lo necesario para su supervivencia, sugiriendo que esta selectividad también tiene un dominio sobre nuestra propia interpretación sensorial.

Los expertos en neuropsicología, Richard Gregory y Donald O. Hebb, proponen que no poseemos una imagen directa del mundo, más bien trabajamos con un mapa mental preexistente, creado por nuestras experiencias y expectativas en lugar del mundo en sí.

Esta cartografía es sobre todo producto de la evolución, orientada a nuestra supervivencia. Con cada nuevo cambio en nuestro modelo del mundo, percibimos “nuevas” situaciones que antes permanecían fuera de nuestro alcance, como una rana viendo un atardecer.

Esta limitante perceptual se manifiesta tanto en juegos mentales como en nuestras luchas cotidianas.

La tan conocida actitud de “nada nuevo bajo el sol” nos recuerda que todo lo que contamos forma parte de una red de suposiciones subyacentes. A medida que nos damos cuenta y modificamos dichas premisas, abrimos un camino para nuevos horizontes.

Por ende, nuestra realidad y las oportunidades que desciframos son, en gran parte, edificaciones de nuestra mente.

Encarar este hecho y cuestionar nuestras suposiciones ocultas nos proporciona la capacidad de reconstruir nuestra percepción del mundo y, a su vez, transformar nuestra realidad.

En este desafío radica la facultad de reinventar nuestro universo de posibilidades. Todo está inventado, y en este reconocimiento descansa el verdadero poder de lo posible

La narrativa oculta entre realidad e ilusión

“No vemos las cosas como son, sino como somos”, decía Anais Nin.

Este enfoque empírico subraya la compleja interacción entre nuestra identidad subjetiva y la realidad que percibimos. Destila el poder y la absoluta influencia de la narrativa individual en nuestra interpretación sensorial del mundo externo.

Decorado con el gran lente del prejuicio y del contexto, el marco a través del cual observamos el teatro de la existencia es registrado y codificado en nuestra conciencia mediante variadas y excéntricas maneras. Un color, el sonido de un instrumento musical, el timbre de una voz, pueden concebir respuestas emocionales abrumadoramente diferentes en dos individuos distintos que comparten la misma realidad objetiva.

Lo que es bello para un par de ojos puede ser grotesco para otro. Lo que es música para un par de oídos puede ser ruido para el otro. Esto resalta el poder formidable de la psicología humana y cómo nos aproximamos a nuestro entorno a través de nuestras experiencias vitales y proyecciones emocionales.

Las conexiones neuronales que forjamos a través de nuestras vidas, las historias con las que alimentamos nuestra codificada psique, influyen en cómo procesamos los estímulos sensoriales para formar nuestra realidad experencial. Los espejos de la mente reflejan no solo lo que está frente a ellos, sino también lo que está detrás.

Sin embargo, debemos recordar que el lienzo de la existencia es perpetuamente maleable. Somos artesanos en un taller sin fin, atados por limitaciones únicamente de nuestras propias creencias y suposiciones. Cada quien tiene el potencial y el privilegio de desbaratar el laberinto de sus percepciones engranadas y reconstruir su realidad desde cero.

En esta exploración constante y dinámica yace la promesa de una narrativa empoderada y liberadora propia, un relato personal que está en constante fermentación y que siempre está listo para una reinvención. A medida que nos liberamos de la ilusión de una realidad objetiva e inmutable, redescubrimos el profundo poder de nuestras perspectivas reinventadas y la posibilidad de moldear nuestro universo de posibilidades a voluntad.