“No es el más fuerte de las especies el que sobrevive, ni el más inteligente. Sobrevive aquel que es más adaptable al cambio.” – Charles Darwin.
Cuando contemplamos las expectativas, tendemos a verlas como una llanura blanca y lisa, de trazo perfecto e inmutable. Pero, ¿qué sucede cuando esas expectativas se desmoronan en medio del caos y la incertidumbre?
Imaginemos por un momento que nos hemos adentrado en una misión laboral. Un colega nos ha solicitado asistencia con un problema específico y hemos asegurado nuestra dedicación para resolverlo. Sin embargo, una semana después, el problema persiste inalterable. Entonces surge la pregunta: ¿Quién falló? Quizás nos apresuremos a señalar a nuestro colega, argumentando que debería haber establecido claramente los plazos o prioridades, o quizás miramos nuestro propio reflejo en el espejo de la culpa.
Pero aquí reside el núcleo de esta reflexión: no debemos permitir que las posibles mejoras de los demás oculten nuestras propias deficiencias. No es responsabilidad del otro compensar nuestras omisiones ni justificar nuestros errores.
En lugar de enfrentarnos en un duelo de imperfecciones, podríamos examinar cada fracaso individualmente. Si alguien asigna una tarea urgente, es razonable esperar que ese individuo subraye su importancia y haga un seguimiento adecuado. Al mismo tiempo, se espera que quien recibe la tarea comprenda su urgencia antes de comprometerse y busque ayuda si no puede seguir adelante.
Este cambio en nuestra perspectiva -de considerar al problema como propiedad exclusiva de uno u otro-, a aceptar nuestra contribución conjunta al fracaso puede ser vital para incrementar nuestra resistencia ante futuros obstáculos. Los procesos resilientes están reforzados por múltiples salvaguardas que se complementan entre sí.
La verdadera pregunta que deberíamos hacernos es: ¿Qué pasaría si todos hicieran todo bien? Aún en ese escenario ideal, siempre habrá espacio para mejorar. La presencia de múltiples capas de confianza nos libera de la necesidad de caminar sobre el alambre delgado de la perfección absoluta, donde cualquier desliz puede resultar en un fracaso irrecuperable.
Crear expectativas resilientes no implica tolerar el fracaso o repartir culpas por igual. En cambio, nos permite cambiar nuestra perspectiva del pasado al futuro. Nos permite ver a los demás como individuos complejos y únicos, no simplemente como trabajadores anónimos que fallaron en su tarea asignada. Las expectativas resilientes nos permiten construir una confianza sólida dentro de nuestro equipo, proporcionando un andamiaje y una cuerda de seguridad para disfrutar del trabajo que realizamos y prosperar juntos.
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